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DIVIDIDOS POR 30


por Orlando Gomenzoro

Subieron al escenario a las diez menos veinte. El trío más mentado del rock se presentaba con la sobriedad de siempre. Diego Arnedo, con el habitual pantalón y camisa negra. Catriel Ciavarella, de jeans azules y remera negra con un Divididos estampado en vertical y acostado. Ricardo Mollo, también de jeans azules y con una remera negra con una Gibson en el frente que contrastaba la Fender Stratocaster roja. Arrancaron con “Ché, ¿Qué esperás?”. Divididos se disponía a aplastar.

Los sueños y las guerras, Haciendo cosas raras, Alma de Budín mantuvieron el comienzo bien arriba. Mollo cambió la fender por una Gibson, como la de la remera. No cambió el poder. Ay que dios boludo, Cajita musical, Pasiones zurdas derechas. Volvió a la Fender roja y le dedicó Perro funk a su perro “que está en el cielo.

Mollo mantiene el mismo magnetismo con el público. Conversa con los santos en remera, saluda a Ernesto por su cumpleaños, ¿no serás Ernesto Che?, hizo tocar tres temas a Fede, uno de los plomos,  sube al escenario a cuatro chicas a bailar un gato y una chacarera. Una de ellas llevaba un cartel negro que decía en letras blancas “Mollo quiero un abrazo tuyo”. De fondo, Ortega y Gases y Huelga de amores. Hace años Gustavo Cordera, cuando lideraba la Bersuit Vergarabat, subía chicas al escenario, les levantaba la remera y chupaba los pechos delante de todo el estadio. No cambió. Años después declaró que "Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo". Así está uno, así está el otro.

No se sabe cuántas veces cambia de guitarra. La rubia tarada la hace con una Gibson como la de Angus Young. Empezaron los pogos. No son los del Indio. Pero es divertido la mezcla de pibes con sus raros peinados nuevos, rastas, cortes al ras con cabezas con pileta, como kipás blancos, o, directamente, las cabezas calvas.

En el Cirque du Solei piden no usar cámaras con flash para no molestar a los artistas. Recomiendan no distraerse con el celular, foteando o filmando. Que disfruten el espectáculo. Que lo mejor queda en la memoria. Habría que recordarle a un muchacho de unos cincuenta largos que con su celular filmó todo el recital. Estaba en la platea media. En la fila de más abajo. Apoyaba sus brazos sobre la barra protectora y mantenía el celular fijo como con trípode. En vez de mirar el recital en vivo, en 2500 pulgadas, prefirió hacerlo en una pantalla de 7. Preguntas: ¿Cuántas veces volverá a ver ese video en baja calidad y con sonido a lata; con quién lo compartirá; quién lo mirará con él; quien se atreverá a decirle que su video es una porquería; alguien le dirá que es boludo? Respuestas: no hay. Otro más arriba, trataba de de reproducirlo por Instagram. Más preocupado por la falta de señal que por la música

Divididos cumple 30 años. Para su fiesta no escatimó en gastos. Tampoco, importó reducir la capacidad para dar el mejor espectáculo. El escenario no se situó en una cabecera. Se armó a lo largo del Polideportivo. Ocupó íntegramente una de las plateas. Solo quedó el campo, la platea de enfrente y un codo. Ambas cabeceras y el otro codo quedaron sin poder usarse. El escenario fue el más grande que se vio en cualquier espectáculo de la ciudad. Sobre cada lateral, dos pantallas de Ultra HD 4K, seis pantallas detrás del triángulo formado por Mollo, Arnedo y Ciavarella y un juego de luces que le dio más calor a la atmósfera.

Los bateristas de Divididos son un tema aparte. Catriel Ciavarella es el cuarto. Tuvo la oportunidad de entrar con solo catorce años para reemplazar a Federico Gil Solá. En ese momento tocaba en Mam liderada por Omar Mollo, hermano de Ricardo. Finalmente entró Jorge Araujo quien fue el baterista en Narigon del siglo y Vengo del placard de otro. Diez años después tuvo una nueva oportunidad y esta vez no la desaprovechó. Divididos siempre pareció un trío de dos: Mollo y Arnedo. Y así lo demostraron en Amapola del 66. Catriel no aparece en ninguna foto. Solo los históricos. Solo los fundadores.

A base de potencia, se ganó su lugar. Al segundo tema ya necesitaba prender el ventilador. Las muñecas, como rotas, se le doblaban, locas. Los codos funcionaban como pistones. Los hombros parecían dislocados estirándose de un platillo a otro. Sin vergüenza para tirar uno al diablo o tener que ajustar la batería a cada instante de la paliza que le daba, se atrevía a fantasías, tirando una baqueta y agarrarla en el aire y seguir tocando como si nada.

Arnedo le entrega el cuerpo y el alma al rock, dixit. Introvertido, reacio a las entrevistas, si necesito ayuda te llamo, le dice a Ricardo a quien reconoce como lo que quiso ser y no pudo. Exhala mesura, carisma y talento. El gran momento llega con Ala Delta preanunciado que todo va llegando a su fin. Justo antes había sonado El 38. Y Sucio y desprolijo. Y minutos antes El Arriero. Que es de Atahualpa Yupanqui. Pero parece de Divididos. Una vez, viajando en un micro, les tocó un santo en remera como compañero de asiento. Todo el viaje les habló. Cuando llegaron a destino al pibe lo esperaba su padre y les presentó a Ricardo y a Diego. El padre se rascó la frente y antes de estrecharles las mano les dijo: “¿Pueden decirle a este pelotudo que El arriero es de Atahualpa y no de ustedes”.

Terminaron, como lo hacen últimamente, con Next Week, otra de Sumo. El tributo final de siempre, con Mollo caminando por la pasarela que separa el escenario del campo, y saludando a todos los que pueden. Había pasado la Aplanadora del Rock. La retirada fue en perfecto orden. Los santos con una sonrisa, la panza hinchada de rock y un zumbido aplastante en los oídos.

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